15 de octubre de 2014





Yací entre tus pétalos, me quedé dormida en el mismo centro de ti, donde escondías la cerradura de tu pétreo corazón. 
Me duche en el rocío de tus amaneceres, en la lluvia escondida de tus esquinas. Me senté a esperar verte florecer, a ver como la pálida textura de tu aterciopelada piel se abría al rozarla los rayos del sol. 
Hablé con tus espinas, en esas noches tan largas que ni la luna se quedaba para escucharnos. 
Bajé hasta tus raíces y hundí los pies en la tierra, junto a ellas, para que se enredaran en mí y buscaran algo, lo que fuera, que mi efímera existencia pudiera dejar a tu largo, complicado, retorcido y espinoso crecimiento. 
Y cuando ví todo aquello que conformaba tu ser, abandoné la comodidad de tu refugio, el que por tanto tiempo me diste entre tus pétalos, y me acune en la curva de tus espinas.
Y ahí sigo, esperando el día que la persona que te encuentre te tome con delicadeza, y si así no fuera, llagas abriré en su piel.

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