25 de octubre de 2014





Conozco a un chico. Un muerto viviente.
Un chico alto, escuálido, de miembros delgados, quebradizos. Extremadamente delgado, casi cadavérico.
Un chico pálido, cabizbajo, triste.
Un chico lleno de moratones, de rojeces en los nudillos, de tics nerviosos.
Un chico de sudaderas grandes, de camisetas lisas de las que sobra tela.
Y sus ojos, Dios sus ojos. Se hunden en el cráneo y son como dos pozos sin fondo, dos grandes lagunas de melancolía y desesperación.

Le veo levantarse, coger el folio, ponerse ante la clase, ante los veinticuatro compañeros, y hablar. Hablar. Hablar con una voz de ultratumba, pausada, amarga, monótona. Esa voz que tienen los anuncios que cuando llegan a interrumpir tu programa favorito te hacen cambiar la cadena. Y explica cosas interesantes, es buen chico, tiene una mente grandiosa, pero no tiene alma, no tiene sustancia ni esencia que evite que venga y vuelva solo en el autobús, que se quede en la estación a las nueve y media de la noche porque nadie le diga al conductor "Espera, que ese chico viene con nosotros".


¿Por qué no lo hago yo?
Porque no me había fijado en que existía hasta ayer.

2 comentarios:

  1. Dios mío, me acabo de enamorar de la forma que escribes *_*

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    1. Oh, muchas gracias Sakura ^^.
      Es un placer tener lectores nuevos de vez en cuando. ♥

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