20 de agosto de 2014

Estas sola, no hay nadie mas en el baño. Sientes como poco a poco se desgarra tu corazón, se rompe en mil pedazos y cada cachito de cristal refleja un momento importante que como algo del pasado y recuerdo amargo corta, araña y daña tu interior. Te haces una bola y metes la cabeza entre las piernas. Todo lo que amas, absolutamente todo lo que te hizo sonreír como una boba ayer hoy te hace llorar. Su risa, el brillo de sus ojos, el sonido de su voz, su olor... El corazón comienza a latir con rapidez, desbocado, incontrolable. 
Apoyas la cabeza en la tapa del váter. ¿Como tienes tantas lagrimas? Escuchas los pasos fuera, ves sus botas por la apertura de la puerta. Pica y pregunta, que pregunta mas imbécil. ¡No, no estoy bien!
— Déjame entrar.
Pero no te mueves, ¿Para qué? 
Agarras con fuerza la camiseta. Bajo esa ropa y esa piel late tu corazón y late por ella. Sigue picando a la puerta, llamándote, exigiéndote que abras pero no lo haces, te quedas allí, quieta, inerte, como si no responder, no respirar y no moverte te hiciera invisible. Su olor, dulce, agradable, fresco, te inunda y gritas, gritas de dolor porque la presión que había en tu pecho crece, crece como si el corazón quisiera salir y saltar sobre ella, a por lo que por derecho le pertenece. Eres la jaula de tu corazón, el cuerpo que almacena todos los sentimientos que él, como ser independiente y libre, se cree con derecho a hacerte sentir. Las amenazas no valen de nada y por fin, acabas gritando. 
— ¡ESTOY BIEN!  Se calla, como no va a callarse. Te entierras de nuevo en ti misma y no sales, te quedas ahí, hecha una bola y decidida a morir allí mismo, en los baños del instituto. 
¿Porque no merece la pena vivir? ¿Porque hace tanto daño? Estiras las piernas, echas la cabeza hacia atrás, respiras hondo. Sigues llorando, susurras su nombre y algo al otro lado de la puerta capta tu atención. Te mueves, te arrodillas y sacas la mano. 
Se enreda alrededor de tu mano. Sus dedos se entrelazan con los tuyos. Has susurrado su nombre y ella seguía allí. Te ha oído. Aprieta tu mano y tú sigues llorando. Algo dorado y brillante destella en uno de sus dedos y como un acto reflejo, como algo que quema apartas la mano y te arrebujas en la esquina deseando salir corriendo de allí. Su mano ha quedado ahí, bajo la puerta, y no puedes dejar de mantener tu cuerpo en tensión. Susurra palabras, disculpas, una petición. ¿Duele? 
Un grito silencioso, un grito de amor, de amor eterno, de amor profundo, imposible, inalcanzable y como ironía,  ella esta allí, junto a tu puerta, esperando a que salgas... ¿Para hacer qué? 
Se acaban las lagrimas y ya no tiene sentido seguir allí.  Te levantas, te tiemblan las pierna. Te acercas a la puerta y quitas el pestillo. Ruido al otro lado. Abres la puerta y ella esta allí, de pie, mirándote de frente, preocupada. Pasas a su lado y corres a clase. Va detras de ti pero no te alcanza, no puede, eres mas rápida, ¿Qué es mas rápido que un corazón huyendo? 





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