20 de agosto de 2014


¿Alguna vez os habéis parado a pensar cuanto de vosotros vale la pena? 
Cuando el MP3 se pone en aleatorio y solo salen canciones tristes y deprimentes, y tu cabeza comienza a repasarte porque algo dentro de ti no esta del todo bien. Esas canciones lo hacen florecer y junto con eso un millón de cosas que has hecho mal, en las que has fracasado o en las que has hecho daño a alguien, en las que has perdido algo importante.
Comienzas a dividirte en partes, fragmentos de tu propio ser que en conjunto definen tu manera de pensar, de ser y de sentir. Y vas tachando y vas viendo que quedan pocas partes de ti que no se hayan echado a perder, pocas características de las que no poseas también el negativo. A veces creo que solo poseo el negativo. 
Empiezas a pensar a cuantas personas has herido, cuantas meteduras de pata has tenido con la persona que más te importa, a la que juraste proteger, cuidar y secar las lagrimas con tus payasadas. ¿Cuantas veces has provocado sus lagrimas? ¿Cuantas veces has sido tú el culpable de su tristeza? 
Hay veces que sentí que la perdía, que una tontería que no he cometido yo podía separarme de ella y no hacerla volver. Y aunque no desaparezca de mi vida, esos momentos en los que me dice "Necesito estar sola" o "Ahora no quiero hablar" me desgarraban por dentro y abrían todos los parches que lleva mi corazón mecánico. Me desgarra pensar que no soy capaz de cumplir mis promesas y es morir en vida que me lo recuerden. 
Ya sé lo que hago mal, sé lo que esta mal dentro de mí y aunque cueste entenderlo intento remediarlo, intento cambiarlo y ser cada día mejor pero no puedo cambiar de la noche al día, de la misma manera que una herida tarda en curarse, yo tardo en crecer y evolucionar. Quizás solo necesite que alguien confié en mí, que crea que puedo. ¿No lo habéis sentido alguna vez? Que con que esa persona te diga que si puedes, que cree en ti, es como revivir. Si no existiera esa persona que te quiere, sea amigo, familiar o pareja, nadie saldría adelante, ninguno creeríamos que podemos hacer algo bien. Somos algo gracias a los demás.
¿Y cuando falta esa persona? ¿Cuando estas tú sola en tu habitación? Cuando no tienes nada a lo que atarte, cuando no hay nada ni nadie que te distraiga y aunque intentes poner tu cabeza en otra cosa siempre vuelve, una y otra vez, como la marea obedece a la Luna. En esos momentos no es cuestión de "Yo quiero..." es cuestión de "Yo puedo..." y no, no puedes, no puedes alejarlo, encerrarlo, arrinconarlo ni atarlo y correr. No puedes. Y como no puedes te ronda, como un buitre a un cadáver, esperando que caigas en el precipicio, que te rompas todos y cada uno de los huesos, y entre bocanada y bocanada de aire luches por tu vida. 
Y es así como quedas cuando te metes en la cama por la noche, cuando manchas la almohada del rimel (si eres tan desastre como yo y no te lo quitas antes de meterte en la cama) y todo tu cuerpo comienza a dolerte. Cuando el corazón late más lento creando un vació entre las escaleras de tu caja torácica, el esternón y los pulmones.
Y yo no quiero seguir sintiendo eso. No quiero sufrir más.


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